Dimitri Ivanovich Mendeléiev (Tobolsk, 8 de febrero de 1834 – San Petersburgo, 2 de febrero de 1907), con su imagen venerable y su vida llena de pasiones, es para muchos uno de las figuras más atractivas de la Historia de la Ciencia. Parece adecuado, pues, ahora que se cumplen cien años de su muerte, recordarle.
Mendeléiev luchó toda su vida contra unas circunstancias ciertamente adversas. Nada hacia pensar que este joven siberiano, que todos conocían en Tobolsk como Mitia, llegaría a ser uno de los grandes científicos de todos los tiempos. Fue el menor de 17 hermanos, su padre, Iván, se quedó ciego al poco de nacer Mitia y murió cuando éste tenía sólo 13 años. Es aquí cuando entra en escena uno de los personas centrales en la vida de Mendeléiev, su madre, María Dimitrievna, sin duda la heroína de esta historia. Imaginad por un momento la escena: una mujer viuda, sola en la Siberia del s. XIX, madre de 17 hijos, cuya fábrica acababa de arder. Pues bien, ante estas circunstancias, María decide vender lo poco que le queda, hacer las maletas y marchar con sus dos hijos pequeños Lisa y Mitia a Moscú, a 2.000 Km de distancia, para que su hijo, pudiera seguir estudiando. Sin duda, María fue la primera en ver la genialidad en los ojos inquietos de su pequeño Mitia.
En aquellos tiempos, Siberia era el lugar al que se enviaba a los represaliados políticos. De hecho, el propio tío de Mendeléiev, Bessargín, que tanto influyó en su interés por la Ciencia, estaba en Siberia por su ideas decembristas. Así que no es de extrañar que los siberianos no fueran bienvenidos en la capital de la Madre Rusia. A pesar de la insistencia de su madre, Mendeléiev no fue admitido en ninguna escuela moscovita. Pero esto no iba a detener a nuestra heroína. La pequeña familia formada por María, Lisa y Mendeléiev continuó su peregrinación académica hasta San Petersburgo, con lo que añadieron 650 Km más a sus espaldas. Allí tampoco tuvieron suerte al principio. Todo cambió cuando María habló con Plenov, director del Instituto Central, y amigo de su marido. Mendeléiev superó los exámenes de ingreso y pudo continuar sus allí sus estudios. La misión estaba cumplida. María, agotada por el enorme esfuerzo, murió a los tres meses de tuberculosis. Lisa, unos meses más tarde. Mendeléiev, con 18 años por entonces, fue el legado de estas extraordinarias mujeres rusas del mitad del s. XIX.
Él fue siempre consciente del enorme amor y sacrificio de su madre. Así lo reconoció en el prólogo de su libro Estudios de las soluciones acuosas según sus pesos específicos, en el que escribía: Me enseñaba con su ejemplo, corregía con amor, y con el fin de que me dedicara a la ciencia salió de Siberia conmigo agotando sus últimos recursos y fuerzas.
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